José Ángel Espinoza, Ferrusquilla, vivió siempre en armonía consigo mismo. Sabía mirar el mar, el pasado y el encanto de una mujer. Era fiel a sus recuerdos, a la tierra que lo vio nacer y crecer, y a los amigos, que contaba con ábaco. Era un hombre de razones egregias, de las que no se olvidan.